miércoles, 27 de julio de 2016

ESCENARIOS

El lunes me tomé un café donde tomaban café, allá por el cambio de milenio, los personajes de uno de mis cuentos (Mejor así). Fue inevitable rememorar el paisaje tórrido de aquellos finales de julio en que todavía no alquilábamos apartamento en la playa. El parque sigue igual, con la gran fuente circular en medio y el juego de chorros de agua que, cuando los operarios lo activen, se surtirá y resbalará por las tres copas de distinta altura que le dan nombre.
El recuerdo me llevó a pensar que casi todas mis historias tienen un escenario que no sé eludir si las releo, un espacio donde brotó la chispa de la inspiración o donde la ficción se confunde con la realidad. No concibo La obra maestra sin aquel cuarto de estudiante de la calle Alfaro en que una noche de aquel febrero febril escribí a mano su primera versión. No sé imaginar Cartas al director sin el itinerario exacto de idas y venidas por la Murcia de hace veinticinco años. Destellos de poniente es una carretera y el punto preciso en que, a cierta hora de la tarde, el sol se pone entre la línea de la sierra y la visera del coche. El ventrílocuo es una sucursal bancaria que ya no existe y una panadería con una chica que tampoco y un carrito con Helena y una plaza con el dibujo de una estrella y un balcón al que hace tiempo no me asomo. La cita de tu vida es la cristalera en esquina y luego el interior de una librería muy céntrica. En El estratega habitan las inmediaciones de los cines Centrofama y algunos gestos y rostros de un pasado ya casi remoto. Porque hoy era jueves es un garaje de vecinos y el camino que lleva al instituto donde trabajaba, pasando el puente sobre el río, y es el ventanuco de un aula del primer piso que quedaba a la derecha según se sube. En Esa hora imprecisa está la antigua zona de las tascas y está la desidia del domingo y está la cafetería seudocavernaria donde poco tiempo después garabateé muchos de los versos vespertinos de Libro Ciudad...
Podría seguir diciendo, escarbando imágenes, rumiando la temperatura emocional de tantas páginas que se fueron quedando en el recodo de una vocación literaria. Pero ya basta. Mejor así.

lunes, 25 de julio de 2016

ELLOS Y YO

¿Cuándo empieza el declive, el deterioro definitivo, la decadencia irreversible? ¿Qué señal registra el inicio inequívoco de la decrepitud de un ser humano? Me lo vengo preguntando desde hace días, mientras se insinúa la presencia física de esos paisanos míos a los que veo de año en año o a los que hace lustros que no veo, pero a los que mi recuerdo restituye con asombrosa fidelidad anacrónica, tal como eran en aquel entonces, anclados en el esplendor lejano de sus vidas. ¿Y cómo percibirán ellos, hoy, al joven desarraigado que fui, al que regresa al pueblo de tarde en tarde y tanto le cuesta saludar a un vecino, al que pone cara de no saber ya ubicarse en este espacio donde se edificaron sus sueños de niño y sus pudores de adolescente, en este universo detenido y lacustre donde parece que todo es siempre lo mismo?