jueves, 30 de abril de 2015

LA UNIVERSALIZACIÓN DE LO ACCESORIO

En un recodo del atajo que tomo para acceder a la autovía suelen desenvolverse los miembros de dos o tres familias de rasgos gitanos, rumanos con toda probabilidad. Son los mismos hombres y mujeres con los que a menudo me cruzo en otros barrios de la urbe, pedaleando sobre sus bicicletas cargadas de residuos, acechando los contenedores municipales de basura, metiendo en ellos más de medio cuerpo y discriminando lo que a nosotros nos parecía inservible. Viven en un par de casas ruinosas, intuyo que sin agua corriente -cuando llueve colocan cubos estratégicos bajo el trazado de las vías que pasan por encima- y sin luz eléctrica -al oscurecer se adivina tras la ventana el parpadeo pobre de un carburo o de un candil. Los niños corretean las inmediaciones en perfecta libertad, mientras los mayores, acabado su itinerario cotidiano y apoyadas las bicis en la baldosa, consumen sus ocios fumando de sus propias cajetillas de tabaco de marca o manipulando con destreza sus teléfonos móviles de ignoro qué generación tecnológica.
Otro escenario y otro personaje, pero sin mudar de asunto. La otra mañana, en la calle más transitada de Murcia, observé al tipo de mediana edad, de apariencia nórdica y perfiles quijotescos, que desde hace años se aposenta junto a su bandeja de pedigüeño en el mismo portal, frente a una olorosa confitería, custodiado por algún perro, y dedica las largas horas de su largo día únicamente a la lectura, casi ajeno a la generosidad de los viandantes. Al pasar, mirando un poco de soslayo, me sorprendió que sus ojos no se posaran, como hasta ahora, sobre las páginas de un libro de papel, sino en la novedad de pantalla digital que la lengua inglesa denomina ebook y la española libro electrónico. No sé si será un regalo o una adquisición, por así decirlo, caprichosa; pero se me antojó impropio de la circunstancia que las mismas manos que recogían las monedas de la caridad se permitieran tal dispendio.
No me costó enlazar la imagen esta del mendigo ilustrado con la de los rumanos aquellos que viven sin luz ni agua y que escarban en nuestros desechos para negociar el sustento. Al cabo de unos metros ya solo pensaba en mi modesta teoría sobre las paradojas actuales de la pobreza, tan distinta de la sencilla fórmula de austeridad, basada en las meras prioridades, que muchos hemos conocido por nuestros abuelos. Y, detenido en un semáforo, leí nítido el título de una entrada de blog.

sábado, 25 de abril de 2015

DOS REFERENTES A PROPÓSITO DEL LIBRO

En pocas horas, merced al dictado de la actualidad mediática, la efeméride anual del Libro pone a mi alcance dos textos -un discurso que parece un artículo, un artículo que parece un discurso- que me reconcilian felizmente con esas viejas convicciones que de vez en cuando se adormecen y vegetan largas temporadas en las regiones más recónditas del pensamiento. Se agradecen sendas ráfagas de luz (mejor decir lucidez) en este tiempo en que lo que creía más firme se tambalea y zozobra en el océano cotidiano de la mediocridad.
El primero, esperado, previsible en el fondo y en la forma, lo leyó ante las diversas autoridades de la noble causa cervantina el escritor Juan Goytisolo, que no desaprovechó la ocasión para insistir en una serie abigarrada de principios que convergen en un claro compromiso. Marcó distancias con los escritores que conciben su tarea como una carrera, con los parásitos que incurren en la vanagloria de buscar el éxito y la fama a través de la literatura, y aireó sus dudas íntimas al ser objeto de halago por la institución literaria. Se alineó contra la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy. E imaginó al hidalgo manchego acometiendo contra los corruptos de la ingeniería financiera y contra los esbirros que proceden al desalojo de los desahuciados, o socorriendo, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla, a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad. "Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote", dijo. 
El segundo es un artículo (no por obvio menos revelador) que firmaba en el periódico César Antonio Molina, bajo el título La lectura secuestrada. En él se advierte del triste panorama que supone para la cultura (para el sentido humanístico de la cultura del libro) la irrupción invasiva de las nuevas tecnologías. Habla de "colonialismo digital", del "uso fundamentalista de las aún llamadas nuevas tecnologías", de la gran falsedad que anida en la expresión "nativos digitales", de esa muerte del pensamiento y teología del ocio que ya anunciara Bataille. Con agudeza se pregunta si pueden realmente ser docentes quienes no hacen del logos, del lenguaje, el eje de su labor educadora, independientemente de su especialidad. En esta vorágine de lo nuevo que quiere triturar al libro de papel, el autor pide una tregua, un tránsito, una cooperación entre el antes y el ahora; y apela "al silencio, a la intimidad, a la concentración, a la imprescindible construcción de referencias culturales, y a la capacidad de interpretación e integración del texto, de la obra"; porque "la mente no puede ser educada en la dispersión, en el continuo ajetreo". Cita Elogio del papel, un ensayo de Roberto Casati, y hace suyo el precepto de que la escuela debe, en cierta medida, resistirse a las tecnologías distrayentes, velando por que el verdadero cambio sea el desarrollo moral e intelectual de los individuos.
Suma de ideas que yo, a mi vez, suscribo con un radicalismo creciente, numantino.

martes, 21 de abril de 2015

MI PRIMER LIBRO

Desde el principio viví como un milagro que la colección de poesía El Bardo se interesara por mi libro y accediera a publicarlo. Antes de eso, el mecanuscrito había permanecido casi dos años acumulando polvo en las dependencias de la Editora Regional de Murcia, hasta que mi impaciencia veinteañera lo rescató en un arranque de orgullo y decidió moverlo hacia un par de editoriales, una de Madrid y otra de Barcelona. De la primera nunca obtuve ni un mísero acuse de recibo; de la segunda sí me llegó esa respuesta afirmativa que, no obstante, quedaba supeditada a condiciones financieras ventajosas para ambas partes: a mí no me costaría un duro y a ellos tampoco. Así que acepté el reto; y como me sobraban el tiempo y la ambición y no tenía nada que perder, me apliqué a mendigar la compra anticipada de ejemplares a media docena de instituciones públicas y privadas con las que me ligaba alguna relación literaria gracias a varios premios y publicaciones, hasta reunir casi dos tercios del presupuesto pactado. Cuando al fin recibí el libro y acaricié sus pastas me asaltaron sensaciones contradictorias que tal vez algún día comparta con el lector. En la escena siguiente me veo indagando el prestigio de un profesor -Javier Díez de Revenga- que accedió a apadrinarlo y que no mostró remilgos a la hora de acompañar a un principiante en la presentación de su obra, lo que se hizo en la sala de cierta entidad bancaria una tarde lejana de aquel junio cuajado de esperanza. 
Durante los últimos meses he ido volcando los poemas de aquel libro (solo he descartado tres o cuatro, así como una parte central con veintidós aforismos u ocurrencias) en un blog que titulo, como no podía ser de otro modo, Imágenes de archivo.

lunes, 13 de abril de 2015

EL TÚNEL DE SÁBATO

"la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza".
"es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto".
"con los años se llega a saber que la muerte no solo es soportable sino hasta reconfortante".
"Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté".
"pero, ¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?".
"Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple".
"mi soledad no me asusta, es casi olímpica".
"Entonces comprendí que nadie, nunca, sabría que yo había sido transformado en pájaro. Estaba perdido para siempre y el secreto iría conmigo a la tumba".
"tengo una sensualidad introspectiva, casi de pura imaginación".
"Las cartas de importancia hay que retenerlas por lo menos un día hasta que se vean claramente todas las posibles consecuencias".
"en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida".
"¡Qué implacable, qué fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más frágil!".
Libreta de citas, junio 89

jueves, 9 de abril de 2015

LA CASA DEL PALOMAR

Hace justo una semana acudí a mi cita anual con Moratalla y su pintoresco estruendo de tambores. (Los tambores: elemento indisociable de nuestra Semana Santa, razón y símbolo del modo peculiar que allí tienen y tenemos de entender la celebración de estas fechas del calendario cristiano).
La visita, tan apresurada como siempre, con las horas contadas, me sirvió sin embargo para recuperar antiguas sensaciones que aún acechan cuando cualquier excusa me acerca a la calle en la que se eleva la casa donde nací y viví hasta los diecinueve años. Iba con mi hijo, así que no pude resistirme a concretarle ciertos detalles -nombres y motes de vecinos que habrán muerto, intrépidos pasatiempos de los niños de entonces- que mi memoria conserva con empecinada precisión.
A la fachada de la casa le han cambiado el color, han incorporado un tubo vertical que canaliza el agua de lluvia y han colgado un grotesco artefacto de aire acondicionado; pero mantiene la ventanita del segundo piso, desde la que uno miraba la calle y podía alargar el brazo y tocar las tejas, y también el balcón del primero, que aunque ya es otro sigue estando en el mismo sitio, asomado sobre la enorme puerta de dos alas de madera que ostenta el número 22.
Si cierro los ojos sé averiguar cada peldaño de la escalera por la que alguna vez caí, el lugar exacto de las llaves de luz (la de la despensa era una simple horquilla del pelo que girábamos como la aguja de un reloj), el tacto de la baranda de la sala de la tele (por la que solía impulsarme con el cuerpo para girar velozmente en el descenso), la chimenea de leña y la pila de lavar y la reja de la cocina que daba a la calle de atrás, el poyete de pared donde se alinearon alfabéticamente mis primeros libros.
Me senté en el escalón y Federico me hizo una foto con su móvil, mientras me sorprendía de nuevo del tamaño imposible de las cosas, de la soledad y la sordidez y el abandono, de la paradójica parálisis del tiempo.
Luego, en la comida, mi padre repitió que el día que yo nací él estaba adecentando la entrada con una baldosa y un zócalo. La baldosa ya no está, dije, pues la han engullido los adoquines municipales; pero el zócalo de cemento con su disparo de arena gorda todavía existe, al cabo de casi medio siglo.

sábado, 4 de abril de 2015

LO ÚNICO QUE SÉ HACER

La tentación del fracaso, los diarios de Ribeyro. Por cualquier lugar que los abro (y hoy me tienta abrirlos por la herida abierta de la que fue su edad y ahora es la mía) saltan a la vista los fragmentos señalados, las complicidades casi trágicas, las terribles y fatales afinidades:
 
Cuando no estoy frente a mi máquina de escribir me aburro, no sé qué hacer, la vida me parece desperdiciada, el tiempo insoportable. Que lo que haga tenga valor o no es secundario. Lo importante es que escribir es mi manera de ser, que nada reemplazará. Cuando imagino una vida afortunada, millonaria, veo siempre el lugar donde pueda seguir escribiendo. Si no fuera necesario comer, dormir, trabajar, no abandonaría este sitio, donde nada me incomoda, donde gozo del más completo albedrío, donde soy dueño del mundo, de mi mundo, sus fabulaciones, hazañas, torpezas, locuras, el mundo irreal de la creación, al lado del cual no hay nada comparable.
11 de mayo de 1975

Quién, Dios mío, quién comprenderá que cada palabra que he escrito he tenido que pensarla laboriosamente y la he puesto sin dejarme vencer casi nunca por la facilidad. Cuántas horas de una vida, a cuya seducción he sido tan sensible, he tenido que sacrificar por alinear una palabra tras otra, sin ninguna esperanza de recompensa ni de éxito, atento solo al veredicto de mi propia conciencia, sin otro premio tal vez que la satisfacción de haber obrado bien. Así, escribir bien es un acto profundamente moral donde estética y ética se confunden.
18 de agosto de 1975

Debo tener siempre presente esto, que a menudo tiendo a olvidar: lo que quedará de mí será lo que escribo, y todo lo demás -eficacia en mi trabajo oficinesco, brillantez en las reuniones sociales, etc.- carece completamente de importancia. Debo hacer lo único que sé hacer más o menos bien, lo que me agrada hacer y lo que otros no pueden hacer en mi lugar: escribir mis historias boludas o sutiles, hasta reventar.
18 de julio de 1976

jueves, 2 de abril de 2015

LOCOS DE ALFAU

Me despertaron las quejas de Darío y ya no pude conciliar el sueño. Estuve un rato en silencio, arrellanado en el sofá del salón, escuchando la presencia callada de las cosas. En el reloj eran las cinco y diez, luego las cinco y veinte, más tarde las cinco y media. Dudé entre entornar los párpados, salir a correr un rato por las calles que amanecen, ensartar palabras para algunas ideas pendientes o abrir un libro bajo la luz de la lámpara.
El libro que tomé es una novela escrita en 1928, en inglés, y publicada en 1936 en los Estados Unidos, país donde permaneció casi inadvertida hasta que fue rescatada en 1988 y, por fin, traducida al castellano un par de años después. Adquirí este ejemplar presumiblemente a mediados de los noventa, en una feria del libro antiguo y de ocasión (el mío conserva un escueto autógrafo). Sé que en aquel entonces empecé a leer sus páginas y que lo estimé como una rareza sugestiva, tanto que decidí aplazarlo para cuando pudiera dedicarle toda mi energía. Pero el momento no acababa de llegar, nuestros caminos sufrieron diversos avatares y desencuentros.
Mientras el sol se insinuaba al final de la avenida había leído de un tirón un capítulo completo (las últimas líneas coincidieron con el segundo despertar de Darío), ese primer capítulo que ahora he vuelto a leer, buscando huellas. Siempre me atrajo el manejo de la ficción en clave metaliteraria; en este caso, además, me evoca inevitablemente a Cervantes, también a Unamuno (Niebla) y a Pirandello (Seis personajes en busca de autor), y quizá a las criaturas de Juegos de la edad tardía (Luis Landero, 1989).
El autor de esta pequeña reliquia es un absoluto desconocido para la literatura española: se llamó Felipe Alfau, un barcelonés emigrado a Nueva York en los años veinte.
Así comienza Locos:
"Al escribir esta historia, estoy cumpliendo una promesa hecha a mi amigo Fulano.
Mi amigo Fulano era el menos importante de los hombres y esta era la gran tragedia de su vida. Fulano vino a este mundo con el indesmayable propósito de hacerse famoso, y había fracasado por completo, llegando a ser la más oscura de las personas. Había intentado toda suerte de planes para adquirir importancia, popularidad, reconocimiento público, etcétera, y el mundo se negaba con torva y persistente determinación a reconocer incluso su existencia".
Este Fulano se ofrece al narrador como personaje de su historia y... Lo que sigue no defrauda.